Hoy quiero hablar desde mi experiencia, como vengo haciendo de forma habitual, sobre lo difícil que es ser visible como hombre trans. Porque es un camino duro, ya que es como caminar descalzo sobre cristales rotos o con heridas por las montañas de sal que hay en San Fernando.
Los hombres trans, como todas las personas trans, tenemos un enorme proceso de aceptarnos a nosotros mismos. La desinformación es apabullante, aunque desde hace unos años esta parece haber comenzado a empequeñecer. Crecemos con ideas equívocas sobre quiénes somos, nos intentan socializar siempre como mujeres y encajarnos en unas normas básicas de “la buena niña”. Si bien, no somos “la buena niña” por mucho que juguemos con muñecas o puede que nos guste el color rosa pastel. Ser hombre es algo más que tener unos estereotipos asumidos a unos roles de género y un pene.
Las personas trans no salimos del armario, nos echan a patadas. Posiblemente todo el mundo ha leído y visto “El resplandor” y conocerá la mítica escena del “hacha” y la puerta rompiéndose en pedazos. Nosotros somos Wendy Torrance acojonados, llorando por comprender lo que nos pasa, y la sociedad es Jack Torrance destrozando las pocas “medidas de seguridad” que podemos tomar. Por mucho que nos escondamos terminamos desarmados, frente a la violencia, intentando sobrevivir. Aunque llamar sobrevivir a malvivir tiene su aquel, ¿eh?
Una vez somos claramente visibles incluso para nosotros mismos, asumiendo con gallardía lo que somos frente al espejo, comenzamos a tener un aluvión de críticas constantes que no acaban. Muchas son frases repetitivas que acaban siendo cacofonías y otras se terminan transformando en lluvia que cae continuamente. Es ese sirimiri que no se agota, esa gotita de agua que cae del grifo en mitad de la noche… Porque se convierte en algo habitual, que ya ni te molestas en ir a por un chubasquero para que no te cale o llamar al servicio de fontanería para que lo repare. Total, está ahí. Sigue ahí. Estará ahí incluso el día que dejes de respirar. Porque parece que nadie va a entender de una puñetera vez que no lo harás, que no eres así o que simplemente lo haces porque te da la regalada gana. Si bien, a veces jode.
Son frases muy contundentes del estilo: “Si eres hombre, ¿por qué llevas el pelo largo?” “¿Te has cortado el pelo? Entonces lo haces para parecer más hombre, ¿no? ¿Acaso no decías que te gustaba largo?” “Mírate, con coleta… y luego querrás que no te confundan con una tía” “¡Coño! ¡Si te has rapado! Aun así no das ni el pego como tío…”
Sí, porque se ve que depende del corte de pelo eres “más hombre”, “menos hombre”, “quieres ser hombre”, “vas siguiendo estereotipos”…
Pongo el corte de pelo porque me viene dando por culo desde hace mucho. Siempre me ha gustado el pelo largo. Amaba tener el pelo muy largo desde niño. Me parecía un símbolo de belleza y de fuerza de voluntad, pues los enredos eran terribles y mantenerlo sano en verano era difícil. Si bien, lo llevé largo hasta que cumplí veinte años. Hubo una época, sólo un par de años, que lo llevé algo corto y es porque le metieron fuego para joderme, pues si era “tan machorra” no debía llevarlo largo. Después he ido usando distintos estilos hasta llegar al rapado. El rapado no ha venido porque yo quisiera, sino porque tengo una enfermedad en la piel que provoca dolor, picazón y muchos problemas para mantener aseada mi piel… sobre todo la piel que está en la cabeza. ¿Sabéis por qué la tengo? Estrés y ansiedad es el factor fundamental… Así que gracias a La Plagios y compañía estoy así, pero a la vez usan eso para atacarme algunas de sus fans incondicionales.
Ser visible para un hombre trans que ya tiene la masectomía (si lo
desea o si ha tenido la posibilidad), hormonas (en el caso que las tome) y
posea cierto look cisnormativo (que no indica que lo sea realmente porque eso
está en el imaginario colectivo) provoca que quedes como “camuflado”. Muchos hombres
trans lo hacen. Una vez alcanzan cierto “passing” desaparecen del punto de
mira, sienten paz y se alejan. Muchos dicen que son cobardes, pero yo les
entiendo. Entiendo ese puntito de cobardía porque es paz mental, un plus para
conseguir mejor socialización y tal vez incluso les ayude a encontrar empleo
sin tantas reticencias. ¿Merece la pena? No sé. ¿Se puede ser feliz sin ser libre? Creo que durante un tiempo parece merecer la pena...
El gran problema viene cuando incluso teniendo todo eso no te callas ni debajo de agua, no quieres ese “privilegio” de poder estar en paz con la “sociedad” y terminas dando por culo a toda persona que se ponga en contra de los Derechos Humanos de las personas trans.
Con sinceridad, con la mano en el corazón, os digo que sé perfectamente de que pie cojea todas las personas transfobas (transodiantes) que actualmente se lanzan en nuestra contra. Las personas trans no les molestábamos cuando se nos patologizaba y se nos decía cómo ser. Cuando teníamos un aspecto que ellas asumían que era el adecuado para no sentirse agredidas. Esas mismas personas que nos imponían estereotipos de género y roles muy marcados, así como nos imponían hormonas y un paso terrible por una patologización continua, eran las mismas que nos ponían en sus charlas sobre transexualidad (bendita palabra patologizante y transfoba que aún muchas personas emplean creyendo que es la “correcta”) diciendo: Pobrecito/a transexual, lo mal que lo pasa. Os muestro a mi monito/a de feria para que veáis lo buena persona que soy al traeros su caso. ¡Pero no le preguntéis nada! ¡Dejad que yo os responda por ella!
Toda persona, cis o trans, que salga de sus estereotipos les resulta incómoda. Conozco a muchas que dicen que quieren en espacio de mujeres sólo a mujeres, a hembras biológicas como se llaman, pero luego si ven a un tío trans seguramente llamarán a seguridad aunque haya entrado a ponerse un tampax.
Los discursos de odio no se sostienen, lo siento. Quienes tienen esos discursos de odio son como el capitán del Titanic que no vio el Iceberg, chocó con él y se está hundiendo en las frías aguas del odio.
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