Respira. Simplemente respira. Respira lo suficiente como para que tu alma se llene de la fragancia de la libertad. Extiende tus brazos, como si fueran alas, intentando alcanzar la inmensidad de este mundo. Deja que te abrace el viento huracanado, que la lluvia lave tus lágrimas y heridas, que tu piel se erice con el susurro del trueno y todo tu ser se ilumine con el relámpago. Respira. Simplemente respira. Respira lo necesario como para saber que tu alma sigue viva. Que bajo esa piel que parece coraza, esos músculos fuertes de cargar el mundo a tus espaldas, y esa sangre que está llena poderosa furia hay un alma sensible, hay un ser que late tembloroso y busca cobijo en la naturaleza.
¿Recuerdas cuando te sentías un alma perdida? El infierno a tu alrededor. Un infierno de vacío que se llenaba de dudas, lágrimas de incomprensión y noches en vela cuestionándolo todo. El reloj mataba cada segundo y secuestraba el futuro, alejándolo de tu almohada empapada en sueños rotos y de tu propio ser. Era horrible el plantearte siquiera salir de la cama, pues dentro sentías la protección de las cobijas. Cuando salías debías quitarte el cálido pijama, cruzar la puerta desnuda y sentir el odio frío que el espejo te escupía. La ducha te radicalizaba, te refrescaba las ideas y a la vez las enviaba hasta el sumidero. ¿Cuántas veces has llorado en la ducha? Esos insultos que te llenaban de dudas, esas palabras que se introducían hasta en tus huesos, y las normas sociales que las amparaban generaban en ti una ansiedad que te hacía la vida miserable.
Ni siquiera la sonrisa de tu madre, las preguntas preocupadas de tu padre o las bromas de tus amistades eran suficiente para sentir calidez. Te sentías morir. Sentías que tu alma era parte del reino de la Reina de las Nieves. Tu alma estaba congelada en un mundo cargado de dolor, rabia, frustración, dudas y nervios.
Había un hueco en ti, un hueco que se llenaba de torbellinos oscuros de decadencia extrema. Buscabas las palabras para escupirlas, pero no eras capaz de esculpir la realidad que manejabas. Nada era fácil, todo era complicado.
Un día viste llover. Viste lo libre y fuerte que era la naturaleza. Observaste como agitaba las hojas de los árboles. Saliste fuera, te empapaste, saltaste en los charcos y alzaste los brazos. Bailaste. Al final bailaste libre, como una bruja en mitad del éxtasis de una noche de luna llena.
Encontraste las palabras, la definición de tus miedos y errores, para poder describir al fin las emociones que no sabías dar valor y que desmerecían por completos el resto de almas que te asfixiaban.
Ya no dolería más que te insultaran, tomarías ese insulto como una bandera de libertad. Nada de lo que te dijeran, absolutamente nada, podría impedirte ser libre. Eras tú, auténticamente tú, habías tomado control de tu alma, de tu cuerpo y de tu vida.
Dedicado a todas las personas trans, pero también de orientaciones diversas y no hegemónicas. Dedicado a todas las personas que alguna vez han sufrido las normas de la sociedad, así como el acoso brutal de las redes sociales. Un abrazo a todas esas almas libres y a las que pronto lo estarán. Os lo dedico con todo mi amor y respeto.

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