Estaba allí. Parecía que el peso
del mundo se había derrumbado sobre ella, aplastándola por completo, pero en
realidad sólo había decidido tomar contacto con la brusca y letal realidad. Una
realidad terrible a sus ojos. La oscuridad envolvía la calle aledaña al pequeño
recodo donde se hallaba el jardín, el cual estaba tenuemente iluminado, del
mismo modo que el perfume del dondiego y el jazmín danzaba extendiéndose como
la pólvora de un disparo.
Todo su cuerpo dolía. Se sentía
pequeña e insignificante. Los últimos golpes ofrecidos por los asaltantes
fueron terribles. Sus manos rozaban sus brazos amoratados, así como los rasgos
deformados de su hermoso rostro aniñado. Parecía una niña perdida, aunque para
nada podía considerarse una.
Se incorporó como pudo sobre sus
pies descalzos, los cuales también estaban algo ensangrentados como parte de su
cuerpo, e intentó acomodar las prendas que lucía. Miró su camiseta
completamente destrozada y arrojada muy cerca de la fuente, la cual parecía
invitarla a usarla con tal de limpiar un poco sus lágrimas, el barro, la sangre
y la decepción.
No sabía qué le dolía más si sus
huesos o su alma. Tal vez su alma. Habían pisoteado todo en lo que creía.
Destruyeron una a una sus ilusiones, pero ella sabía que las reconstruiría.
¿Acaso no lo había hecho siempre? Sus sueños eran como un castillo hecho por un
par de niños en la playa, el cual en poco tiempo termina siendo destruido por
el mar. Sin embargo, al día siguiente, o casi al mismo instante, otros niños
construyen con esa misma arena una nueva fortaleza. Eso era lo que ella hacía.
Construía sin cesar fortalezas para aguantar los golpes de las mareas llenas de
violenta intolerancia.
Cuando logró caminar tambaleante
hasta la fuente y ver su reflejo gimió. No de dolor, sino de rabia. Esa rabia
que te da valor, que te dice que grites aunque parezca que nadie te escucha,
porque sabe que esa rabia es poder y el poder es un tesoro que ellos no pueden
arrebatarte. Así que simplemente comenzó a gritar mucho más alto, más alto que
cuando fue arrojada al suelo entre fobias envueltas en ataques salvajes, y lo
hizo no sólo por ella sino por todas las personas que se refugiaban bajo lo que
representaba.
—Yo soy diversidad. Yo surgí a la
par que el mundo consciente. Yo soy la verdad. Yo soy la pureza. Yo soy la
naturaleza misma. Pobre de aquellas personas que no creen en mí, que me
insultan o golpean con sus actos innobles, porque sólo se atacan a ellas mismas
negando el derecho de ser parte de una semilla de futuro. Yo soy diversidad,
soy parte de la humanidad. Yo soy el rostro de la lucha que lleva en los ojos
cualquier persona, sean cual sea sus orígenes culturales, religiosos, sociales
o económicos… sea cual sea su sexo, su sexualidad y su género. Ni las mentiras,
ni la violencia física o verbal, ni la intolerancia surgidas del miedo podrán
matarme porque siempre estaré viva en cada pedazo de este mundo… ¡Yo soy
diversidad y tengo el poder! ¡Yo soy diversidad y soy el poder!
Quiero dedicar este texto al Presidente de Visión Trans (Erik García) que sufrió un ataque transfóbico, así como a su pareja (que también lo sufrió), a sus padres que son aliados indispensables (y enormes personas) así como a todo el colectivo y familiares que luchan a diario para garantizar que no se nos pisoteen los derechos que deberíamos tener simplemente por ser personas.
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