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Soy trans. Hombre trans. No sólo soy hombre.





Siempre han llovido críticas a quien decide dejar de victimizarse y comenzar a visibilizarse. Las consignas -políticas o contrarias a las políticas- siempre han estado ahí. En cada manifestación surgen coros de voces -con más o menos abruptos- donde se explica la situación de desigualdad, desinformación, desvirtuación y desmantelación de derechos que deberían estar cubiertos y no lo están por el privilegio que ostentan aquellos quienes han llegado a la cúspide del poder y no les importa pisar, escupir, jactarse y aplaudir las miserias del resto.

Desde que tengo conciencia he visto grandes protestas en las calles. Unas han sido más sonoras, otras han intentado ser silenciadas por el poder como aquella huelga que Alfredo Urdaci no tuvo agallas de pronunciar, y hay muchas que se vuelven mediáticas gracias a las redes sociales. Manifestaciones de todo tipo, bajo diversos criterios y reuniendo gente afectada. Hemos visto mareas de médicos por la Sanidad Pública llevando a los pacientes con ellos, mareas de estudiantes junto a sus profesores con camisetas verdes -como la esperanza que aún tienen en la educación de calidad gratuita-, de pensionistas en los últimos días, de huelguistas porque se les destroza los derechos laborales, de mujeres -cis o trans- hartas de ser el último mono en el trabajo, contra la tauromaquia o las más invisibles -debido al borrado trans que se ejerce desde los medios por parte de partidos aferrados a la poltrona- que son las nuestras: las manifestaciones, concentraciones, lecturas de manifiestos... de personas trans y no-binarias.

He dicho desde el inicio del blog que nuestras compañeras trans son las más visibles. Ellas están siempre en el pelotón de fusilamiento. Digamos que están siempre siendo señaladas. Tal vez porque la palabra transexualidad está vinculada a la mujer trans mucho más que al hombre trans. Ya sea porque tenemos grandes referentes en el mundo del espectáculo, el activismo o la literatura -como escritoras y como personajes- antes que grandes manifestaciones de hombres trans. Hombres trans siempre han existido, pero son poco comunes en los medios. Actualmente hay una nueva etapa donde en las últimas décadas asociaciones mixtas -y puramente masculinas- dan la voz de alarma y gritan que los hombres trans existimos.

Como hombre trans he vivido durante toda mi vida el machismo vinculado a las CISnormas, el CISexismo y la transfobia encubierta. Cuando era pequeño yo sabía que era un niño. Tenía muy claro mis gustos -los cuales diferían a veces con los estandarizados como masculinos- y también mi sexo. Veía a las niñas como una especie distinta dentro del conglomerado social; es decir, no las veía como si fueran mi reflejo sino como compañeras diferentes a mí. Ellas y yo éramos camaradas, pero no iguales en cuanto a nuestro sexo.

Tardé mucho tiempo en descubrir que era un hombre con vulva, pues yo creía que simplemente era como todos los hombres cisgéneros. Digamos que fue cuando me inculcaron -o intentaron más bien- decirme que la vulva es un órgano reproductor femenino, un genital femenino o simplemente algo que sólo las mujeres poseen. Me sentí muy confundido. Tenía alrededor de los siete años y recuerdo que me moví incómodo en el asiento. Entendí porque en el colegio nuevo donde empezaba -algo distinto al anterior ya que tenía los aseos separados- no podía ir donde mis compañeros masculinos y había urinarios.

Poco antes que me confirmaran que “tenía vulva” y que eso debía aceptarlo, pues era algo natural -aunque no femenino para mí ni antes ni ahora- intenté ver como era la anatomía de mi familia. Tal vez porque era adicto a la serie animada: El cuerpo humano. A mi madre la había visto desnuda, pues alguna vez se bañó conmigo, y parecía tener una anatomía genital similar a la mía. Si bien, yo ya he dicho que para mí las mujeres eran diferentes a mí en ese aspecto. Yo quería saber los motivos por los cuales a mí no me crecía lo que tenía entre mis piernas, pues había visto que mi padre poseía otros genitales. ¿Y cómo? Un día abrí el baño sin avisar y lo vi desnudo mientras se secaba. Aquello me dejó pensando, pero no tanto como la imposición social de: tienes vagina, por ende eres una mujer.

Desde los siete años a los diez intenté rogar porque no me salieran esos temidos senos, pero al parecer fui desarrollando rápido y a los once tenía los típicos sujetadores para niñas -llamados corpiños- y me vino la menstruación. El enemigo rojo, la jodida regla, la desgracia, el periodo... la desquiciada que se pasea por el pasillo y te saluda vestida de rojo en ese anuncio que tanto guardamos en la memoria muchxs.

Mi abuela se sintió feliz porque me vino el “periodo” y a todo el mundo le iba contando que yo ya era “una mujer”. Mi abuelo negaba desde su sillón y me miraba de reojo, quizá pensando que yo iba a estallar en algún momento. Más de una vez me puse a llorar cuando ella alegremente lo contaba, celebraba y aplaudía como si fuese lo más maravilloso del mundo. A mí me causaba dolor físico y mental, pero sobre todo una angustia que me tenía mirando el calendario día tras día. Mi madre -cuando podía tenerme a su lado después del trabajo- simplemente me abrazaba y me susurraba si quería algunas de mis frutas favoritas, un trozo de chocolate o un poco de su compañía.

Yo sólo quería que no volviese. Lo veía como algo insufrible. No porque fuese algo femenino, sino porque en ese entonces sabía que algo en mí no estaba bien. Algo en mí para la sociedad, no para mí. Yo quería visibilizar, verbalizar, vincularme y exigir que se me tratase de hombre; pero las cisnormas, la imposición social “biologicista retrógrada”, le decía a todos “Es mujer, ya tiene el periodo”.

Con trece años ya nadie elegía mi ropa. Mi madre comenzó a comprender que no iba a ponerme trajecitos en la vida y que las faldas no eran para mí algo cómodo. Comencé a vestir con ropa “unisex” que no es más que ropa masculina con distintos colores más llamativos y poco más. No es realmente ropa para ambos sexos, sino ropa masculina que venden también para mujeres y hacen negocio haciéndolas creer más empoderadas. ¿Cómo os quedáis? Bueno, así lo veo yo. No tiene porque ser así, pero después de años amando la moda y siguiéndola... ¿no creéis que sé algo sobre eso?

Disfrutaba de pantalones masculinos con los bolsillos enormes, cosa que no le pasa a nuestras compañeras. ¿Acaso os habéis fijado en la miniatura que tienen por bolsillos? Yo sí. Es para que usen el bolso y otros complementos. Ellas no pueden equipararse a nosotros al parecer... ¡Qué estupidez! Así como también de sudaderas que sólo llevaban amantes de la cultura urbana Hip Hop, surferos e incluso metaleros -pues llevaba alguna que otra banda metal- disfrutando de una diversidad de ropa que provocaba que no me definiese en un estilo. Bueno, también tenía un suéter con un borreguito blanco que mi madre me compró con diez años y me estuvo bueno hasta los dieciséis... ¿Veis? Para que diga que no la amo y que no me duraba la ropa... Y no era porque no creciese, pues ya era bastante alto, sino porque la pobre mujer lo compró enorme para que me durara años.

Cuando he llegado a ser visible como hombre, después de muchos años de sufrimiento y desmantelamiento de las cisnormas -pues quería ser hombre, pero no cualquier hombre o el cliché de un hombre- me he dado cuenta que soy invisible como trans. Hay muchos chicos que necesitan ayuda. Hablo en masculino porque los chicos trans no tenemos referentes, no tenemos apoyos masculinos, no tenemos información y a veces nos sentimos profundamente solos. Pero es falso, no estamos solos. Quizás estamos rodeados por otros chicos trans, por hombres adultos trans, pero no lo sabemos porque no se identifican como tal.

No tengo miedo a decir que soy trans, a pesar que en mi ciudad no paran de salir pintadas llenas de LGTBIfobia y Transfobia. No tengo miedo a decir que soy trans, a pesar que me han golpeado y humillado durante años en el colegio e instituto -también en la universidad, pero allí fue más acoso sexual el que viví-... No tengo miedo de decir bien alto que soy un hombre biológico, pero que nací trans. Unos nacen cis, otros nacemos trans. Del mismo modo que unos nacen con ojos verde oliva y otros nacemos con ojos avellana con tonalidades miel y chocolate. Es una característica, no una deficiencia o minusvalía como ser humano.

Sin embargo, aquí viene la crítica que me hicieron hace unas noches: ES QUE USAS MUCHO LA PALABRA TRANS. SOMOS HOMBRES Y PUNTO. NO NECESITAMOS DECIR QUE SOMOS TRANS.

Y AQUÍ VIENE MI CRÍTICA A LA CRÍTICA:

NECESITAMOS DECIR QUE SOMOS TRANS PARA AYUDAR A OTRXS TRANS.
NECESITAMOS DECIR QUE SOMOS TRANS LOS ACTIVISTAS TRANS PARA PELEAR POR NUESTROS DERECHOS, SIN QUE NINGUNA PERSONA CISGÉNERO SE APODERE DE ELLOS Y LOS DESTRUYA.
NECESITAMOS DECIR QUE SOMOS TRANS ADEMÁS DE HOMBRES PORQUE LAS COMPAÑERAS REQUIEREN COLABORACIÓN. NO DEBEN SER SÓLO ELLAS LAS QUE LLEVAN EL PESO.
NECESITAMOS DECIR QUE SOMOS PERSONAS TRANS, NO SÓLO HOMBRES TRANS. SOMOS PERSONAS, NO SIMPLEMENTE HOMBRES. COMO PERSONAS TENEMOS QUE TENER CONCIENCIA Y MEMORIA, ASÍ COMO ESTAR AGRADECIDOS, Y POR GRATITUD DEBEMOS COREAR EN LA LUCHA CONSIGNAS QUE NOS SEÑALE COMO HOMBRES TRANS, COMO PERSONAS TRANS, COMO GENTE QUE TIENE IDEALES Y NECESIDADES... OCULTÁNDONOS NO CONSEGUIREMOS NADA. 


Si no lo entiendes es porque deseas ser simplemente un hombre a ojos de todos. Un hombre con características cisgéneros y cisexistas. Un hombre que aceptará todos los beneficios de los que están ahí luchando, pero que no se llevará ningún golpe o insulto. En definitiva, alguien cobarde. Un cobarde que no tendrá agallas jamás de alzar la voz no vaya a ser que le partan la boca, le rompan la pancarta o se burlen de él. El miedo es lo que tiene...



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