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9M - Victoria, compañerxs




Permitan que abra un inciso de nuevo en este territorio donde suelo expresarme con total libertad. Permitan que haga una reflexión sobre lo vivido ayer. Permitan, por favor. Antes que me acusen de ser de izquierdas, de tener una ideología poco conservadora, sólo diré que me alegro por ello. Soy uno de esos “rojillos” que admiran la fuerza arrolladora cuando aplasta a los opresores. Sin embargo, no vengo a deciros a qué partido votar, sino a sacar los colores a más de un ciudadano -por no decir político o política- y machistas -tanto hombres como mujeres, que los hay- para deciros varias verdades:

Hace no mucho tiempo una mujer en este país no podía sacar dinero del banco sin el consentimiento de su marido, se veía mal que fuese a ciertas horas sola por la calle y si la dejaba el novio se convertía en una solterona para toda la vida. No hace mucho las mujeres sólo podían ir a misa, al mercado y a recoger a los niños del colegio. Ir a trabajar, la peluquería u otros menesteres eran cosas de “golfas”. Las “decentes” no llevaban faldas cortas y las mujeres “de verdad” jamás usarían pantalones, pues esa es la prenda que se destina a los hombres y no a las féminas. Una mujer con el pelo corto era un escándalo, pero más lo era si se maquillaba demasiado o decidía usar un escote que mostrase su bonito pecho -del cual más de una debería estar orgullosa o no- porque eso era, como dije anteriormente, de golfas, impúdicas, hijas del diablo...

¿Por qué ninguna alzó la voz en aquellos tiempos con una huelga como esta? Porque muchas tenían miedo, pero la mujer moderna ha ido perdiéndolo. Es cierto que existían feministas, pero pocas y estaban arrinconadas sin que muchas personas las tratasen. Eran como enfermos de lepra o de cualquier enfermedad contagiosa. Ellas eran las profanas y ningún hombre en su sano juicio se acercaría a saludarlas y cortejarlas de algún modo.

Pero la mujer de hoy en día no sólo entra y sale de casa cuando quiere, sino que asiste a las universidades y están sobrecualificadas. Sin embargo, nadie les da la oportunidad a veces de demostrar que son algo más que “la chica del café”. Muchas periodistas cobran una miseria comparadas con sus compañeros de profesión, las mujeres de la limpieza no tienen un plus de peligrosidad como sí tienen sus compañeros varones que hacen trabajos similares, las enfermeras hace poco que pudieron deshacerse de las faldas y las cocineras aún tienen muchos problemas para llegar a los altos fogones -porque los que están lejos de sus domicilios son inaccesibles- ya que es un campo militarizado por el patriarcado. ¿Por qué militarizado? Porque muchas veces los hombres actuamos en plan comando. Me incluyo, sí. Me incluyo porque soy un hombre y, aunque no hago algo tan pueril, me veo obligado.

La mujer desde que nace se le inculca unos valores determinados y unas características dadas por la cultura de su entorno social. Se exige para ella ciertos cánones, patrones o roles y para los varones se piden otros. Claro, que a veces podemos equivocarnos. Cosificamos a las mujeres, genitalizamos a las mujeres y las oprimimos durante años. Es normal que ayer decidieran hacerse con las calles de todo el país dando un ejemplo de sonoridad entre hermanas. No importaba si eras trans o cis, eras mujer. Una mujer es más que una prenda de vestir, un maquillaje, unas características físicas o simplemente la posición que tengas dentro de tu casa -madre, hermana, hija, abuela...- porque una mujer se construye ella misma y decide que partes/accesorios son los suyos.

Del mismo modo que los hombres, desde que nacemos, se nos inculca unos valores. Sin embargo, a mí me intentaron inculcar durante algún tiempo los femeninos. Tal vez por eso cuando termino de comer me levanto de inmediato, me agobio si veo la cocina llena de trastos para limpiar, no soporto el olor a cerrado de una habitación, no temo llorar o gritar de frustración, etc... Los hombres de mi generación, los cisgéneros, a veces actúan como yo lo hago. El motivo es porque han tenido madres que han bebido de una generación anterior que comenzó de algún modo con la lucha feminista, ellas las siguieron y ahora intentan inculcar esto a sus nietas -pues ya lo han hecho con sus hijas de haber podido- y de algún modo ese germen se vuelve más fuerte, más puro, más reivindicativo, más combativo y se militariza.

La milicia la han visto en las calles, pero también las han escuchado aunque no han querido. Inclusive se han tenido que comer los delantales de decenas de balcones de cada barrio, en estatuas o incluso en lugares más que insospechados. Porque ellas, las que han tenido que quedarse sí o sí en casa por diversos motivos, estaban con las que gritaban con la cara pintada, lágrimas en los ojos y una pancarta en las manos. He visto llorar a mujeres de todas las edades. No voy a decir “chicas”, porque eso es ningunear en estos momentos incluso a las adolescentes. No son chicas, son mujeres. Todas ellas gritaban que se unieran al movimiento y eso era para incluir a todxs.

Las personas no-binarias no son visibles cuando el machismo ataca. He visto como lo hace y he leído, escuchado y abrazado a compañeres no-binarios que han sufrido el acoso, el maltrato como llegan a denigrar a su persona por no ser “x” o “y”. Estas personas, porque me consta, salieron también a las calles gritando con furia contra el patriarcado. Son una parte importante de la sociedad y también de mis amigxs.

Los hombres transexuales también estuvimos allí. Hombres que en muchos casos -aunque no en todos- aún sangran cada mes y saben bien lo que es sentir cierto miedo a ser violado por otro. Algunos compartíamos en redes sociales ayer -así como en otros días lo hemos hecho- casos de abusos que hemos vivido cuando el machito de turno creía que éramos meras mujeres con aspecto poco femenino. Ellos se empeñaban en quitarnos “lo lesbiana” a base de “pollazo”. Sabemos bien cuál es el miedo de una chica caminando por las aceras por la noche, pues muchos lo hemos sentido.

Cuando era adolescente temía bajar a mi perra a bajar a orinar por las noches en verano. Cerca de mi vivienda había una plazuela y se llenaba de chicos alcoholizados. Yo no me considero muy agraciado, pero con diecisiete años tenía cierto aspecto andrógino y al parecer -aunque no a todos- causaba cierta curiosidad. Tenía miedo. Sé lo que es tener miedo. También sé que es que te toquen un pecho sin pedir permiso, que te arrinconen en una esquina y te digan cosas soeces sin venir a cuento. Muchos incluso decían que me hacían un favor... ¿cuál favor?

Los hombres cisgéneros heterosexuales tienen unos privilegios sobre nosotros que es increíble. Ellos además ostentan mayor número de cargos públicos y son quienes tienen mayor acceso al sistema judicial. Hace no mucho una mujer no podía ser jueza, ni militar, ni policía y poco o nada salía de la camarera, mujer de la limpieza, lavandera o guarderías. Como mucho había bibliotecarias, alguna pintora o profesora. Sin embargo, todas ellas dejaban su profesión cuando se casaban porque así tenía que ser. Ellas para ser una “buena mujer” y una “buena madre” tenían que dejarlo todo y ahora tienen que vérselas con unas pensiones de mierda. Los hombres cisgéneros -independientemente del tiempo que estemos en hormonas o no- estamos una escala inferior a los hombres cisgéneros; pero muchos tenemos una segunda e incluso una tercera losa. Si tenemos una sexualidad que no concuerda con sus criterios heteronormativos, somos no-binarios en la forma de vestir o extranjeros el techo de cristal se vuelve aún más frágil. ¿Y qué decir de las chicas trans? ¿Qué decir de ellas? Ellas están aún por debajo de muchas chicas cisgéneros, pues cuando se las golpea, veja o mata no se cuenta como feminicidio y las condenas no son iguales.

Los hombres cisgéneros son los que hoy deberían reflexionar más que nunca, pues son minoría. Se ha demostrado que son los pocos, un puñado tan sólo, que aún glorifican el fútbol y se creen que pueden llegar a hacer suspirar a cualquier mujer abriéndoles la puerta, pagando la cuenta y diciéndoles que tienen un coche último modelo. Señores, olviden esos trucos. Ni siquiera Bogart en esta época lograría el suspiro de una sola mujer con dos dedos de frente.

En definitiva... estamos de resaca todxs los que hemos participado -en la calle, en redes sociales o bajo cualquier método para que la onda expansiva sacudiera bien el territorio nacional- porque hemos abanderado la lucha en Europa y eso es símbolo que aquí estamos muy hartos, que nos tienen a todxs hasta el genital y que queremos que la brecha de desigualdad se cure de una santísima vez.

Y bueno... por último... ¡Sí, tengo el demonio metido en el cuerpo porque soy feminista! ¡Pero mejor que se meta entre mis piernas, que al menos así me dará algo de placer! ¡Maldita iglesia! ¡Malditas huelgas japonesas! ¡Maldita derecha que quería hacer creer que incluso sus mujeres los venerarían y aplaudirían su machirulez! ¡Las mujeres están hartas, los hombres trans estamos hartos y las personas no-binarias están ya que no pueden más! ¡Escuchad y aprended! ¡Hoy es tiempo de quedaros callados y no hacer más el ridículo como estas semanas atrás!

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