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Duque de lo no-binario



No recuerdo demasiado qué hacía en aquel momento frente al televisor mientras mi padre intentaba sintonizar un partido de fútbol. El canal se había ido y aparecía la imagen distorsionada, por eso acabó frustrándose y buscando en otros canales pulsando de manera compulsiva todos los canales uno tras otro. Yo tenía unos cinco años. Era el verano de mis cinco años si no recuerdo mal, pues hay hechos que cuando ocurren en tu vida se quedan señalados a fuego. En mi tierna mente infantil siempre había amado los peluches, porque son blandos y suaves, así que cuando vi esas marionetas, similares a las de Barrio Sésamo, quedé absorto. Hablo de las marionetas de Labyrinth con David Bowie al frente.

“Ojalá viniesen los goblins y se te llevasen” dijo Sarah a su hermano y yo me quedé observando la escena. Cuando apareció Bowie mi padre apagó la pantalla del televisor y decidió marcharse, pero yo de inmediato la encendí y me senté a ver esa magnífica película que aún hoy día reúne a mayores y niños frente al televisor como lo hace aún “Lady Halcón”, “La princesa prometida” o “La historia interminable”.

Por supuesto, yo desconocía que aquel hombre era un enorme genio de la actuación y la música. Yo veía al Rey Jareth danzar de un lado a otro, reírse como un buen villano y convertirse en uno de los animales que más amo: Lechuza.

Todos los protagonistas me gustaban. Incluso me gustaba Sarah, aunque no entendía qué había de malo en tener un hermanito. Yo quería tener hermanos, pues todos mis amigos tenían uno y parecían ser felices jugando a cualquier cosa con cualquier juguete o incluso con palos de fregona como si fueran intrépidos caballos del viejo oeste.

Con el paso de los años fui descubriendo más películas y música de Bowie. Tenía unos doce años cuando pude ver “Feliz Navidad, Mr. Lawrence” que es una de esas películas que si eres homosexual debes verla. Me impactó. No era para niños, pero yo la vi una madrugada de verano con los grillos de fondo, los mosquitos en el salón y un cola-cao tan frío que me helaba el cerebro. Hacía nada que había finalizado la emisión de Tarzán, la primera de todas, y decidí quedarme por si había otra de esas películas clásicas que me gustaban a pesar que se notaban fallos en sus efectos especiales o carecían de ellos.

Creo que fue con quince cuando finalmente me declaré fan de Bowie. Gracias a un amigo de aquella época, de los pocos que tenía, conseguí muchísima música de este genial y genuino músico, así como de Michael Jackson y otros grandes de los 70's a los 90's. Incluso le rogué tiempo después que me consiguiera información de Bowie, pues él tenía la “revolución de Internet en casa”. Cuando conseguí tener acceso a Internet gracias a un cybercafé lo primero que hice fue buscar música y la música que busqué fue Glam Rock, Pop Rock y Rock en todas sus múltiples variantes junto al Heavy Metal y Metal Glam. Pude ver como muchas bandas habían sido influidas por Bowie o por la revolución que hizo entorno al género, la sexualidad y el sexo en general.



Mi reacción cuando lo vi con ropa que podía usar una mujer, maquillaje y un aspecto tan femenino como masculino fue una liberación para mi alma. Si él podía, ¿por qué yo no podía? Yo podía liberarme de las cadenas que me imponían continuamente, aunque había iniciado el cambio de vestuario desde los trece años y jamás acepté que nadie me dijese qué colores tener en mi armario. Ni siquiera la moda, pues yo elegía ropa que usualmente no se estilaba. Ya que era “el bicho raro” decidí serlo por completo.


Bowie transgredía las normas, impulsaba un nuevo modelo de masculinidad o más bien de hombre, se burlaba de aquellos que tomaban sus palabras como algo verídico ya que a veces mentía para ver hasta qué punto eran influenciables, se maquillaba para dejar su alma fuera y no para cubrirla... Iggy Pop también hacía una revolución tras otra, pero no como Bowie. Bowie tocó el alma de muchas personas mientras destruía la suya con las drogas hasta que definitivamente la dejó.

En sus últimos diez años de vida, alejado de los escenarios por distintas enfermedades, seguí viendo sus películas, entrevistas y escuchando su música ansiando más y más. Creé varios personajes literarios entorno a su físico y también influenciado por su música. El día que murió lloré como si fuese una parte de mí, como si me hubiesen amputado las alas, y durante semanas no levanté cabeza. El motivo era porque para mí era el icono del hombre perfecto, ya que bajo sus imperfecciones, sus mentiras y sus verdades, había un ser que hacía lo que quería y decía lo que le daba la gana a pesar de las consecuencias.

Creo que es un icono de lo no-binario, de la bisexualidad y del poder que puedes tener si sabes manejar tus mensajes, así como la expresividad de tu cuerpo, para dilapidar muros y ser héroe aunque sea un día.


Si para una persona cisgénero Bowie es importante... imaginad para alguien trans o no-binario. También, por supuesto, para alguien bisexual u homosexual. Bowie es como el otro lado del arcoíris que jamás se encuentra, pero a él lo puedes hallar hasta en la sopa y siempre es distinto. Al menos, para mí.  

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