Hace años que no hablaba largo y
tendido sobre lo que ocurría en Carlos Haya, y que aún ocurre por
desgracia, cuando era una UTIG cuando corría el año 2012. Llegué
allí con nervios, ilusión, deseos de derrumbar muros y me di con
una puerta hermética donde te sientes vulnerable, vigilado y
señalado con una marca a hierro candente. Ese pasillo angosto, frío,
húmedo y con sillas incómodas me persigue aún hoy. Un lugar donde
se te helaba el cuerpo aunque fuese pleno verano.
El primer día que entré, con
nerviosismo y los papales en la mano, pensé que en breve me
atenderían y me darían mis ansiadas hormonas. Había esperado
demasiado tiempo para conseguirlas. Creí que podría estar sin
ellas, pero cuando llegas a una edad deseas que tu aspecto físico se
adecue a quien eres. A pesar de tener barba, aspecto “masculino”
a ojos de todos, necesitaba esas hormonas y una cirugía que me diese
la libertad de volver a ir al mar.
Por aquel entonces ya llevaba diez
largos años sin bajar a la costa, aunque la tengo a menos de veinte
minutos de mi vivienda en tren o autobús. Ansiaba sentir el calor de
la arena quemando las plantas de mis pies, el sol tostando mi piel y
el rugido del viento. Quería aprender a nadar, fundirme con las
olas, sentir el sabor salino en mis labios e incluso la arenilla en
la tortilla casera que siempre me acompañaba cuando era un niño.
Atrás habían quedado los días inocentes donde el protector solar
era mi mejor aliado y mi madre me vigilaba desde la orilla. Quería
volver. Las hormonas y la cirugía me daría esa libertad.
Sin embargo, cuando me sentaron ante
una psiquiatra todo cambió. Sentí que estaba entrando en los
antiguos e intrincados lugares ocultos de los nazis. Era como si la
Sanidad Social realmente se volviese una “SS” con unas preguntas
poco ortodoxas, las cuales indagaban en mi familia y hurgaban en un
pasado que no quería relatar porque me lastimaba. ¿Qué importaban
las palizas en la hora del recreo? ¿A alguien le importaba que me
hubiesen quemado el cabello? ¿Era necesario que me hiciesen llorar
de rabia por los comentarios que más de una vez me ofrecieron?
¿Tenía que describir con todo lujo de detalles como me veía al
espejo? ¿Es que tenían que hacerlo? ¿Ese daño tenía que hacerse?
¿Por qué?
Llegué ilusionado y salí hecho un mar
de lágrimas. Sobre todo porque me aseguraron que tenía fobia social
y no podía iniciar mi tratamiento hasta desvincularme de esa traba,
pues psicológicamente no estaba estable. ¡La estabilidad eran las
hormonas! ¡Si me las hubiesen dado habría estado bien desde el
primer momento! Sobre todo, ¿por qué esos test? ¿Para qué algo
tan machista y sexista? Yo ni siquiera lo rellené como debía. Ella
sólo revisó las anotaciones y me comentó que tal vez debía
cambiar algunas respuestas y aceptar que siempre detesté jugar con
muñecas, peluches y cosas femeninas. ¡Por qué! Yo quería ser
padre y jugaba a papás y mamás como cualquier niño cis o trans. Yo
tomaba el muñeco con amor y protección, lo bañaba, lo alimentaba y
lo sacaba a pasear junto a mi pareja. A veces mi pareja era una niña
y otras era una pareja gay, pues mi mejor amigo se prestaba a ser mi
novio a pesar que él me veía como un igual, como otro niño y no
una niña. ¿Por qué me miraba con lupa cada respuesta? ¿A qué
esperaba?
Recuerdo que me movía inquieto en la
silla jugando con mis viejos anillos, los cuales se han quedado
demasiado grandes, y esperaba que me dijese que pronto me la darían.
Pero no fue el caso.
La vuelta a casa fue en silencio. A
veces mi madre intentaba sacarme de los dientes alguna palabra, pero
mi boca se apretaba. Pronto una psicóloga en mi ciudad, Jerez de la
Frontera, me hizo aún más daño argumentando que mis fobias y que
mi “posible transexualidad” era culpa de mi madre, de vivir en
una familia monoparental y el alcoholismo de mi padre cuando era
niño. Incluso llegó a decir que idealizaba a mi abuelo y que quería
convertirme en él. ¡No me fastidies! Por supuesto en la segunda
cita la mandé al demonio y decidí empoderarme.
Año y medio más tarde me revolví en
la consulta de la psiquiatra. Había traído a más personas a la
terapia. Había seis personas en la habitación frente a mí. No una,
no dos, no tres... ¡Seis! Me miraban como si fuese un mono o un
animal cirquense. Estaba tan molesto, tan furioso, que solté que no
estaba ahí para contentar a alguien y que me lanzaran maní.
Después de esa consulta decidieron
pasarme con la endocrina. La cual nada más entrar me dijo que ese
pelo tan bonito que tenía, espeso y grueso, se caería con las
hormonas, que me saldrían erupciones y que debía perder aún más
peso. Antes de entrar en la consulta, seis meses atrás, había
perdido ochenta kilos por consejo de la psiquiatra porque decía que
de otro modo las hormonas no me harían efecto, no me las darían y
tendría que esperarme otro año o tal vez más. ¡Ni de broma!
Hablando con un joven de mi zona, el
cual todavía va a Carlos Haya, me he quedado de hielo al saber que
siguen haciendo estos comentarios y prácticas. Todavía incluso es
peor en su caso porque la endocrina de Puerta del Mar, la cual me
jodió parte del tratamiento, le confirmó que no había lista de
operaciones en Cádiz y que nadie lo atendería bien allí, ni
siquiera ella, porque no tenía nociones. ¡De eso hace
aproximadamente un año! ¡Y yo llevo operado por la Seguridad Social
un año, dos meses y varias semanas! Me operé el 27 de Septiembre de
2016 en Jerez de la Frontera, en el Hospital San Juan Grande, en una
lista concertada con la Seguridad Social. ¡Y ella lo sabía!
Llevo dos días rabiando con todo lo
que está sucediendo. He estado luchando aquí en Jerez de la
Frontera para cambiar cosas del Cistema, pero no creía que el Puerto
de Santa María, San Fernando o Cádiz Capital fuese aún peor que
este lugar. Cádiz debe empoderarse, debe quitarse ya los grilletes,
y los “activistas” trans con lenguaje cis se van a acabar. Es
tiempo de lucha. ¡Esto es la guerra!
Y para quien desee saberlo... No, aún no he ido al mar. Tenía las cicatrices y no podía ir a sentirme de nuevo libre, sin embargo he empezado natación y el próximo verano podré abrazarme con ese lado salvaje, tan natural, e importante para mí. Volveré a ver al niño que fui jugando con la arena y volando cometas... Pero eso será en momentos que quiera descansar, porque este Diciembre vendrá caliente y Enero espero que sea fuego.
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