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Juan Gavilán - Desarrollo de la transexualidad en la infancia - III Jornadas Trans Andaluzas



Muchas veces hemos sido usados por los cisgéneros para ser objetos de experimento, es decir, cobayas. Nos han usado para tener subvenciones, reconocimientos, hacer méritos y jugar a ser Dios. También para que saquemos la tarjeta de crédito y nos gastemos un dinero que no tenemos poniendo las ilusiones en unas cirugías que, en la mayoría de ocasiones, no son estrictamente necesarias y no permiten siquiera que disfrutemos de la vida, pues pueden quedar con cicatrices terribles o crearnos enfermedades que no teníamos.

La medicina avanza, pero parece que los profesionales del sistema no. El sistema está basado para la comodidad de una minoría que se cree mayoría, aunque es falso. La desinformación hace fuertes a los que se creen los amos de la verdad.

Para muchos nuestra infancia no existe, para otros es triste y complicada y para Juan Gavilán es feliz. Puede que muchos trans ahora mismo frunzan el ceño, nieguen, se alteren inclusive y se muevan incómodos en la silla. Es posible, pero el señor Gavilán tiene la rotunda razón y certeza que la infancia trans existe y es feliz, aunque tiene una salvedad, un pequeño pero, un matiz enorme que trunca esa felicidad: La infancia trans es feliz sólo cuando el niño es aceptado, amado y comprendido por su familia, amigos y el resto del entorno tanto educativo como social.

Los niños trans los conozco bien porque yo he sido uno. He sido un niño trans. Todos los trans hemos sido niños, igual que todos los cisgéneros han sido niños. Él decidió investigar como antropólogo la infancia de los niños trans porque quería saber qué consecuencias negativas y positivas tenían su infancia hacia los adultos que somos.

Hay cosas que le llamaron la atención y voy a enumerarlas: El amor por los cuentos, la pasión por los personajes con magia y que desobedecen órdenes del mundo en el cual se rodean, las brujas, las sirenas, las alas y el poder volar. También le pareció necesario incidir en el cambio en los pequeños cuando al fin lograban ser aceptados y como olvidaban el dolor, el maldito rechazo, en cuanto sus padres, y la gente que lo rodea, lo toman entre sus brazos y les dicen “te quiero hijx míx”.

Recuerdo con añoranza como obligaba a mi padre a que me leyese cómic y cuentos. Creo que era lo poco amable que hacía por mí, a pesar de su ludopatía y las enormes broncas que tenía con mi madre. Ella sufría malos tratos psicológicos y también una profunda dejadez por parte del “patriarca” de nuestra pequeña familia, pero a veces tenía la amabilidad de contarme cuentos. Si bien, es un cuento en especial el que solía pedir a mi madre constantemente. El cuento lo contaba incluso fuera de épocas navideñas y a veces notaba que cambiaba cosas, aunque nimias, y yo se lo hacía saber.

“Érase una vez un árbol distinto a los demás de su alrededor. Todos tenían cambio de vestimenta durante las distintas épocas del año. Incluso en invierno, con el frío que hacía, quedaban desnudos mostrando sus ramas como si fueran las astas de alces. Sin embargo, él no. Él tenía siempre el mismo aspecto porque poseía hojas perennes. Nunca echaba una hoja al suelo para que los niños pudiesen pisarlas y hacer “crash, crash, crash...” y jamás podía sentir como se llenaba sus ramas con hojas pequeñas que crecían, crecían y crecían hasta abrirse y convertirse en un enorme follaje. Siempre tenía esas hojas diminutas, las cuales a veces se cambiaban por otras de manera imposible de ver realmente. Se sentía incomprendido, frustrado, dolido... Incluso algunos tenían frutos y él, sus frutos, eran semillas que no lograban hacer germinar a otro igual.

Cierto día una estrella fugaz se colocó en su copa, puntiaguda como si fuese una pequeña montaña, y suspirando pensó que pronto se iría como las aves y cualquiera que llegaba a visitarlo. Él no era nadie extraordinario. No obstante, se quedó. Se quedó ahí arriba iluminando un pequeño camino hasta que llegó una pareja y bajo este decidieron tener su hijo, pues su gran copa los refugiaba del frío invernal. Allí nació un niño hermoso y desde ese día empezó la peregrinación. Primero lo fue de tres ilustres personajes que dejaron oro, incienso y mirra y después de pastorcillos que hasta el momento ni siquiera lo miraban. La estrella no se movió hasta que María y José, como se llamaba la pareja, decidió marcharse con su pequeño junto al resto de visitantes. Se sintió muy solo cuando eso pasó, pero pronto se daría cuenta que cada año, por las mismas fechas, lo visitarían la estrella y pastorcillos que recordarían el haber conocido a Jesús, el cual sería la luz y esperanza de su pueblo.

Desde entonces el arbolito llamado abeto es el árbol de la navidad y cuando la fecha viene se coloca la estrella, presentes para los niños y lo adornan para que aún esté más hermoso. Todos lo abrazan, bailan y cantan a su alrededor alegres canciones. Ya no envidia a nadie, ya lo tiene todo. Tiene amor y respeto de los demás árboles y también cumple un cometido con los hombres y mujeres del pueblo.”

Se repite la aceptación, el respeto, el amor y la ilusión de ser querido como en otros cuentos. También diré que yo no me veo vinculado a brujas poderosas o sirenitas que deciden pasar un enorme calvario, que se recogen el pelo y pasan por grutas terribles llenas de peligros, pero sí por vampiros. Lestat de Lioncourt es el apodo que me di en la red hace años cuando inicié mis escritos y es el nombre de un personaje de Anne Rice que me acompaña desde los 8 años. Me apasionaba Poe, Lovecraft y el moderno Prometeo me suscitaba un gran interés. También me enamoré de las Star Ligth que eran guerreras que cuando no luchaban eran hombres apuestos, amados por sus fans por sus bellas voces ya que eran talentosos cantantes y que no dudaban en ayudar a otros como si fueran simples humanos.

Él habló de alas porque nos sentimos “libres” y citó a varios artistas trans y niños trans que tenían eso como sueño o ambición: alas, volar...

En mi caso escribí “Ángel de alas metálicas” e hice un correo adjunto a esa novela, así como poemas llamados “Ángel de alas rotas” o “Ángel de alas negras”. También escritos como “alas” del 2009 acreditan ese hecho, el cual hice bajo el nombre de Amaury:

“Solo, amargado y solo

Tocando con la yema de los dedos lo que es la agonía de estar solo, del silencio por completo únicamente roto por mis pasos o por mi propia voz. Encerrado en mi habitación con las persianas echadas, la puerta con el cerrojo y la luz apagada. Quería estar solo. Necesitaba esa hiel de raíz amarga, estar jodido por el silencio y ser golpeado por él. Las paredes de mi habitación estaban cargadas de estanterías y estas de libros, además de viejos recuerdos.

Conecté mi reproductor, di a play, me puse los cascos y aquella melodía procedente del infierno-según muchos-retumbó destrozándome los tímpanos y sintiéndome al fin libre. Creo que en ese momento mis alas surgieron de detrás de mi espalda, alas negras y algunas grisáceas. Mis ojos se quedaron fijos en una fecha, mis labios se cerraron con violencia y apreté los puños antes de abrir la boca y soltar un alarido... creo que dolió, sí dolió un huevo sacar la libertad de detrás de las cadenas.

—La música te hace libre, te libera, como la literatura y el arte verdadero. El alma de un autor no se encierra, se deja al libre albedrío.”

U otros como los siguientes:

Pero aquí se ve el cambio porque ya en 2013 tenía la esperanza de empezar con las hormonas en breve:




Después de su magistral ponencia vinieron las preguntas y no perdió el tiempo cierto político ilustrado, gran “mente”, que soltó que los niños trans no podían saberlo y que no tenían suficiente información, pero que desde la política siempre estuvieron apoyando a los trans. ¡Mentira! Ya salió a relucir durante la anterior ponencia que eso era una vil mentira. Así que simplemente diremos que Gavilán le calló respondiéndole que son niños, saben que el sexo está en su cerebro y no en sus genitales. De igual modo Mar Cambrollé intervino y algunos más de entre el público.


Sólo puedo decir que me siento feliz de haber conocido a un hombre cisgénero que no intenta patologizarnos, sino vernos como seres pensantes y sintientes. Muchas gracias a Mar Cambrollé por invitarlo, a él por participar y a todos por revolverse contra ese individuo. ¡Estamos en lucha!  

PD: También pido a voces que ese libro suyo, el cual no quieren reeditar, que lo hagan. ¡Señores de las editoriales cosas así necesitamos y no fasquines asquerosos como los que ustedes no dudan en reproducir como los folletitos de Háztelo Mirar! 

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